La Guerra de Granada y la expulsión de los judíos


Los acontecimientos del año 1492: Consecuencias lingüísticas derivadas de la Guerra de Granada y la expulsión de los judíos.

1.      La Guerra de Granada y sus consecuencias

El último reino musulmán que perduró después de la situación de las taifas fue el reino de Granada, gobernado por la dinastía nazarí desde 1232, fundada por Mohammed I.

Judíos expulsados en 1492

Fue un reino independiente (desde que los ziríes la tomaron bajo su mando) que abarcaba las actuales provincias de Granada, Málaga y Almería, en el sur de la península ibérica, hasta su caída definitiva en enero de 1492. Después de estar dominada por almorávides y almohades, la dinastía nazarita la había hecho independiente desde 1232 (Fornés Bonavía 2001: 85). En Granada no había convivencia de cristianos, musulmanes y judíos como en León en el siglo X y en Toledo en el XII, y del romance mozárabe no quedaban más huellas que las voces adoptadas por el árabe (Alatorre 2000: 170). Encabezado por los Reyes Católicos, el cristianismo español se había ido haciendo más y más reacio a la tolerancia y a la convivencia durante la Reconquista: Por razones religiosas y políticas a la vez, lo árabe se hice más y más despreciable y odioso (Alatorre 2001: 170). Así pues, la fase final del reino se denomina Guerra de Granada, conocido como conjunto de batallas y campañas militares que tuvieron lugar entre 1482 y 1492 en el reino de Granada. Ese periodo lo enfrentó y derrotó frente a las tropas castellanas y aragonesas encabezadas por los Reyes Católicos (Fornés Bonavía 2001: 85).
El resultado de la batalla es conocido: Terminaba para España la Reconquista y tenía como consecuencia el dominio y la extensión del castellano. Con la rendición del rey Boabdil y la entrega de las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos, Granada queda integrada en Castilla y con este hecho finaliza la Reconquista y favorece la expulsión de los musulmanes de España. Los reinos cristianos terminaban la Reconquista, una contienda de ocho siglos que al fuego forjaría muchos elementos de la España imperial (Fornés Bonavía 2001: 85).

A los musulmanes de Granada, que convivían con los judíos como gentes “del libro”, después de la toma de la ciudad, se les permitió inicialmente mantener su religión. Sin embargo, a partir de 1499, se empezó a presionarlos para que se convirtieran, y en 1502 se les impuso el bautismo obligatorio, lo que dio lugar a la aparición de la categoría de los moriscos, es decir, musulmanes convertidos al cristianismo. Los que no aceptaron el cristianismo fueron expulsados. Los conversos (judíos y musulmanes) fueron sometidos a procesos por la Inquisición, la única institución con poder tanto en Castilla como en Aragón y el principal instrumento de la uniformidad religiosa. Miles de conversiones forzosas se produjeron para evitar el exilio y la pérdida de sus propiedades. No obstante, la presión antiislámica fue tal, que estalló una primera sublevación en el 1500 y una segunda y definitiva entre 1568 y 1571 en Las Alpujarras, contra las tropas cristianas represoras de Felipe II. Todos los moriscos granadinos fueron expulsados hacia África del Norte a raíz de la sublevación (Fornés Bonavía 2001: 86). El último rey moro salió de Granada, rumbo al destierro de África, en el año de 1492, con su familia y su séquito (Alatorre 2000: 170).

 Reconquista: La Guerra de Granada y la expulsión de los musulmanes
Ya que los Reyes Católicos se vieron enfrentados a una gran cantidad de moros poco o nada cristianizados, reaccionaron con dos medidas: La primera era la conversión forzada al cristianismo, la segunda consiste en presionarlos para que aprendieran la lengua castellana – una doble labor al que se dedicaron frailes, por ejemplo el obispo de Ávila, que fue nombrado poco después primer obispo de Granada; y él, que en su famosa respuesta había hablado de “las leyes que el vencedor pone al vencido”, no tardó en ver que la Gramática de Nebrija no le servía de nada. Lo único que cabía hacer, y rápidamente, era aprender la lengua del vencido (Alatorre 2000: 170).

A pesar de que la Guerra de Granada tiene como consecuencia principal el dominio y la expansión del castellano y la hispanización de los musulmanes (moros y moriscos), la lengua de estos últimos dejó también algunas huellas en el castellano. Aparecen algunos arabismos, como el arabismo ya, que significa ‘oh’, y se utiliza con frecuencia en la Edad Media: Aparece, por ejemplo, varias veces en el Poema del Cid. Hay en esta literatura tratados notables de polémica anticristiana, sonetos en loor de Mahoma, novelas ejemplares, poesías en el estilo de Garcilaso y Lope de Vega, etc., compuesto todo ello no sólo antes de 1609, sino también después, en el destierro de Túnez y Marruecos (Alatorre 2001: 172).


2.      La expulsión de los judíos

Los judíos fueron expulsados del territorio español más de un siglo antes que los moriscos, en el siglo XV, cuyo punto de culminación era el año 1492. La decisión de los Reyes Católicos fue un acto de antisemitismo. Los judíos españoles, llamados posteriormente sefaradíes o sefardíes (términos que vienen de Sefarad, el nombre hebreo de España), habían escrito en lengua castellana desde que hubo literatura (por ejemplo, la prosa alfonsí). De hecho, la lengua materna de todos los judíos de España era el español, aunque nunca dejó de haber entre ellos un uso restringido de la lengua hebrea. En el marco de los Reyes Católicos, fueron obligados a convertirse al cristianismo con el Edicto de Granada (1492). Los que no se convirtieron fueron expulsados de los territorios castellano-aragoneses, quizá unos 200 000. Los que quedaron en Espana habían, pues, aceptado la fe cristiana o decidieron someterse al bautismo obligatorio en ese mismo año de 1492 (Alatorre 2000: 172).

Migraciones y establecimientos diversos de las comunidades judías españolas. En rojo: durante los siglos XV y XVI [incluyendo esto también las flecha negra que van desde España a Lisboa y a San Juan de Luz]; en negro: durante los siglos XVII y XVIII.

Un país cristiano, Portugal, y dos islámicos, Marruecos y Turquía, acogieron a los desterrados de 1492 (Alatorre: 172-173). Los innumerables judíos que se establecieron en el norte de África y en el vasto imperio otomano (Turquía, los Balcanes, el Asia Menor) continuaban practicando su lengua materna, aunque era el mismo de quienes los expulsaron. Este extraordinario caso de supervivencia, unido al hecho de que el judeoespañol (o sefardí, o ladino) conserva mejor que ninguna otra modalidad actual del castellano los rasgos que nuestra lengua tenía en tiempos de Nebrija, tenía consecuencias lingüísticas. El judeoespañol del norte de África ha sufrido influencias del árabe y del español moderno. Por su parte, el sefardí oriental abunda en palabras turcas y griegas y aun eslavas, pero su fonética y su vocabulario han resistido en lo básico.

La expulsion de los judíos de la Península Ibérica

En cuanto a las consecuencias lingüísticas, los rasgos del judeoespañol se desarrollaron como producto de dichos procesos a lo largo de los siglos XVI y XVII (Minervini 2008: 32): Los sefardíes conversos “van aflojando los lazos familiares y comerciales con quienes todavía residen en la Península Ibérica, cuyos efectos también se hacen sentir a nivel lingüístico” (Minervini 2008: 33). Los primeros testimonios escritos en un judeoespañol datan del siglo XVIII. Debe tenerse, además, en cuenta que esta variedad de la lengua hispana surge en un entorno sociohistórico singular, que es el que caracteriza al Imperio Otomano: como en todo el Dar-al-Islam (‘la tierra del islam’), los judíos tenían la condición de dhimmi, la cual imponía la religión dominante a quienes no eran musulmanes (Benady 1993: 508; Benbassa/Rodrigue 1995: 2-3).
 
Desde el punto de vista lingüístico, el judeoespañol no es una lengua uniforme, sino de una gran diversidad, aunque comprensible para todos. En su espectro destacan su arcaísmo, sus formas gramaticales, los rasgos de dialectos peninsulares, los préstamos, influencias e innovaciones, así como su evolución independiente del español peninsular. Tiene como base el castellano medieval que continuaban practicando los judíos tras la expulsión en 1492, debido a la distancia geográfica y la falta de presión normativa (García Moreno 2004: 365), así que se mantienen formas que rechazó posteriormente el español peninsular. En el ámbito fonológico, por ejemplo, el judeoespañol mantiene del castellano medieval el par de sibilantes sorda y sonora /s/ y /z/ y el par de las prepalatales sorda y sonora /ʃ/ y /ʒ/ (García Moreno 2006: 38). Además, se caracteriza por el yeísmo y el seseo. En el plano morfológico, se mantienen formas del castellano medieval que rechazó el español, como los femeninos en -a (por ejemplo, la calor, la humor, la golor) (García Moreno 2006: 38). Sin embargo, el judeoespañol se caracteriza también por formas innovadoras, tales como las generalizaciones de las desinencias -s, -š  para la segunda persona del singular y del plural (tomas – tomáš; tomarás – tomaráš; tomavas – tomavaš, etc.), y por el dominio de los clíticos pronominales, como en -se vs. -sen, donde la segunda forma se añade a gerundios o infinitivos (viéndosen, irsen) para marcar el plural (García Moreno 2006: 38). Su carácter innovador se muestra también en el plano de la morfología léxica, cuyos testimonios son derivados que no existen en español peninsular (contentez, bonidad, atrevición, alavación, etc.).
Podemos concluir que el judeoespañol se desarrolló sufriendo procesos conservadores e innovadores debido a la distancia geográfica y, pues, la pérdida de conexión con la Península Ibérica, así como influencias de su nuevo entorno.

Bibliografía 

Alatorre Chávez, Antonio (2000): Los 1001 años de la lengua española. 3a. edición. Fondo de Cultura Económica.

Benady, Tito (1993). Las comunidades del Norte de Marruecos. En H. Méchoulan, dir. Los judíos de España. Historia de una diáspora. 1492-1992. Madrid: Trotta, pp. 507-514.

Benbassa, Esther; Rodrigue, Aron (1995). The Jews of the Balkans. The Judeo-Spanish  community, 15th to 20th centuries. Oxford/Cambridge: Blackwell. 

Fornés Bonavía, Leopoldo (2001). Historia de España. Madrid: Firmas Press.

García Moreno, Aitor (2004). Relatos del pueblo ladinán: Me am Loez de Éxodo. Madrid: CSIC.

García Moreno, Aitor (2006). Innovación y arcaísmo en la morfosintaxis del judeoespañol clásico. En Y. Bürki, B. Schmid y A. Schwegler, eds. Una lengua en la diáspora: el judeoespañol de Oriente, Revista Internacional de Lingüística Iberoamericana IV.2 (8): 35-51.

Minervini, Laura. 2008. Formación de la lengua sefardí. En E. Romero, ed. Sefardíes: Literatura y lengua de una nación dispersa. Cuenca: Universidad de Castilla La Mancha, pp. 25-50.

Schmid, Beatrice (2008). La lengua sefardí en su plenitud. En E. Romero, ed. Sefardíes:  Literatura y lengua de una nación dispersa. Cuenca: Universidad de Castilla La Mancha, pp. 51-79.

Nota:
Para una caracterización general del sistema lingüístico del judeoespañol pueden verse Schmid (2008: 51-80) y Penny (2000: 174-192).

Penny, Ralph (2000). Variation in Judeo-Spanish. En R. Penny, Variation and change in Spanish. Cambridge: Cambridge University Press, pp. 174-192.

Schmid, Beatrice (2008). La lengua sefardí en su plenitud. En E. Romero, ed. Sefardíes:  Literatura y lengua de una nación dispersa. Cuenca: Universidad de Castilla La Mancha, pp. 51-79.

Recursos audiovisuales

https://www.youtube.com/watch?v=8PVhWBvdho0                                                                      https://www.youtube.com/watch?v=rneK8sLegWg.

Fuentes de imágenes 

https://historiaespana.es/edad-media/guerra-de-granada [cons. 13.01.2018].

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